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Una fiesta que se distingue por el color, alegría, exceso, música y humedad es la tradición de décadas en el ahora municipio autóctono de Xoxocotla, Morelos. “La Puchina”, es una caminata numerosa de familias vestidas de negro, que recorren las principales calles aventando agua con pintura sin importar donde caiga, para concluir en el centro y realizar una escenificación corta con escasos personajes y un breve baile.

Son dos días de “fiesta”, los previos al “miércoles de ceniza”, donde como decían los ancianos, los “Tatas”, el punto es desfogar y dejar todo lo malo. De hecho, en La Puchina nadie se enoja, dicen que si no quieres que te pinten no salgas de casa, advirtió Epifanio Bastidas Catalán, el organizador. Y es que sobre la marcha lanzan la pintura que portan en botellas de plástico de diversos tamaños, sobre personas, animales, vehículos, casas, etc.

Algunos hacen pintura concentrada “bien concentrada para que no se quite”, aclaró sonriendo Gregorio Solís Procopio, autóctono de este municipio, al momento de portar su propia pintura y muestra su brazo que tiene un tinte muy obscuro que también se le tornó amarillento en los pliegues entre la mano y entre los dedos, lo que confirma que se hizo bien concentrada y tarda hasta tres días para quitarse de la piel, “pero en la ropa nunca se quita”.

Previendo la coloración, la mayoría de los asistentes visten ropa muy oscura. La procesión camina al compás de un tambor que tocan con una sola baqueta. Sus personajes principales “El Mupilo” y “El Verdugo”, van al frente, ambos muestran ramas y hojas de “higuerillo” que les cuelgan. El “Mupilo” monta un burro y va con la cara tapada con una sábana. Otra persona porta una bandera corta con asta larga, pero también hay otra vestida de sacerdote, mismo que lanza pintura, como ironizando que lanza el agua bendita con “hisopo” y “acetre”.

Ya concentrados en el zócalo, también hacen uso de espumas, hay quienes portan botellas de bebidas embriagantes y al final los acompaña una banda de música de viento.

Es una hora de recorrido y alrededor de las 16:00 horas el zócalo municipal ya está ocupado a la mitad con niños, adolescentes y adultos. Es ahí se instala una prominente escalera de más de diez metros de altura y alrededor 30 de peldaños.

Casi media hora después de concentración masiva en el pequeño parque del municipio y con el apoyo de dos personas, sube las escaleras “El Mupilo”, se trata de Lázaro Leal Bruno, un habitante de Xoxocotla que goza de la tradición y dijo sentirse contento en ser parte de algo que los identifique. “Mupilo”, es dejado en el último escalón y luego suben a su verdugo, el personaje que da vida José Luis Leal Bruno, mismo que va disfrazado de un demonio con traje rojo, con cuernos y cola corta.

Ya saben lo que se les espera, comentan con posterioridad al que escribe, pues en el caso de Leal Bruno tiene alrededor de 29 años representando su papel, aunque inició como “El Mupilo”: “hasta piedras me lanzan en la espalda”, señala.

En la cima de la escalera sientan al “Mupilo” en un palo atravesado al nudo de una fuerte riata gruesa y de hilos de plástico, enseguida se le monta encima el verdugo y lo patea como intentando que se caiga desde las alturas al tiempo en que es bajado poco a poco por quienes al otro extremo sostienen la cuerda. Ya en el suelo les llueve: diversos objetos, sobre todo botellas de plástico, les caen en la espalda, pecho, cadera, cabeza, que les llega tanto a ellos como a los organizadores que los protegen, uno de ellos, Gerardo Ángel Quintana, quien comenta que ahora es más tranquilo, “antes era peor, golpeaban con más fuerza, caían más piedras”.

En tiempos del Rey Herodes, el Viejo, explica el organizador Epifanio Bastidas, cuando se entera que viene un nuevo Rey, mismo que ha nacido en Belén, manda a matarlo. Entonces, para protegerlo lo pintan y también pintan a los niños y todos se pintan para confundir a los guardias del Rey y así poder esconderlo y librarlo de la muerte. Sin embargo, se enteran de que “El Mupilo” sabe dónde está y lo tortura el verdugo para que diga, pero no logra sacarle la verdad, y es por ello que el verdugo vestido de diablo lo golpea mientras bajan colgados en la riata.

Culminada la “tortura”, se desata el frenesí por la pintura y todo mundo la arroja hasta vaciar sus contenedores, todos contra todos, acompañados de música de viento y el tambor que nunca dejó de tocar en todo el evento, hasta que se rompió el cuero.

A ratos, bailan en el mismo lugar, hasta que poco a poco se van dispersando. En la segunda “Puchina”, el martes previo a la toma de ceniza, se agrega un pequeño carnaval y baile con chinelos, que organiza el ayuntamiento.

“Es un convivio en el que nadie se tiene que enojar… tenemos muchos años de hacer esto, desde 1992, con el amigo Tepoz, Chente Ríos, Toño Alberto, que en paz descanse, mi hermano Juan, Raymundo y muchos más. Nos costó tres años de investigación… gracias a Dios que me permitió revivir esto, la última vez lo hice en 2011 con Juan López (Palacios, primer alcalde electo de Xoxocotla), que en paz descanse, y hoy lo estamos renaciendo. Se preserva la cultura, la tradición, la costumbre, ya ves que aquí nadie se enoja, aquí es convivencia, todos con todos y la vida alegre… porque ya saben”, comentó Epifanio Bastidas.

De su lado, el director de cultura del ayuntamiento xoxocolteco, Alejandro Tamarindo Alvarado, invitó a todos los habitantes a que se unan y disfruten con estas actividades “que alientan a futuras y nuevas generaciones a que se den cuenta de las tradiciones que siguen aquí en Xoxocotla, a conocer más el trasfondo de por qué suceden”.

 

Un grupo de gente sentados en el piso

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Foto: Hugo Barberi Rico