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Codicia política y descomposición social

Héctor H. Hernández Bringas*

Con motivo de la marcha del pasado 15 de julio, el Obispo Ramón Castro tuvo expresiones que deben movernos a la reflexión de lo que está sucediendo en el estado de Morelos y en el país. Ha expresado el Obispo: “veo un Morelos con hambre y sed de justicia, con miedo, ofendido y burlado por aquéllos que deberían encargarse de su seguridad y de la impartición de justicia… la violencia, la inseguridad, la corrupción, la impunidad, la trata de personas, la desaparición de personas, el narcotráfico, las extorsiones y la cultura de la muerte nos siguen destruyendo”. Es un resumen breve y contundente de la realidad en la que vivimos.

Estas palabras también son válidas para la totalidad del país. En la misma semana que el obispo expresa estas ideas, fuimos testigos de la explosión de una mina que mató personas en Jalisco, en la búsqueda de cuerpos de desaparecidos; también observamos cómo, a través de la presión de una base social, grupos de la delincuencia organizada sentaron a las autoridades del vecino estado de Guerrero, a negociar quien sabe qué (¿la paz?, ¿el reparto de rutas y cotos?); fuimos informados de migrantes abandonados en camiones o carreteras después de ser extorsionados en distintos estados del país; de la tristísima muerte de una niña atrapada no sólo por un elevador, sino por la negligencia y corrupción; de policías asesinados en Tamaulipas, de más muertes de periodistas y un largo etc.

Y… ¿en qué está la clase política? En la frivolidad y la codicia política. Sin ningún empacho, y violando las leyes electorales tanto a nivel federal como estatal, promocionándose, rayando en lo ridículo: transmitiendo tiktoks bailando y cantando, pescando jaibas, comiendo tacos, cargando niños, promoviendo libros (algunos de ellos inexistentes), conduciendo programas radiofónicos, dando conferencias de buen gobierno (incluyendo por supuesto el tema de cómo reducir la inseguridad). Las ciudades y carreteras inundadas de anuncios espectaculares y bardas con rostros de políticos y políticas radiantes (generalmente con foto shop), felices, tratando de reflejar la promesa de un mejor futuro. Pero en realidad no dicen nada. Sólo es marketing.

Realmente, el contexto un esquizofrénico: por un lado, una sociedad con miedo, ofendida y engañada, como señaló el Obispo, y, por otro lado, una clase política codiciosa y buscando mantener el engaño. Ante la realidad, las campañas políticas resultan insultantes.

¿Qué buscan con sus campañas los políticos? Por supuesto alcanzar el poder. Pero, antes de ello, que las personas los tengan en mente, tanto como a una mercancía, ante una eventual encuesta o proceso electoral. Pero también, atraer la atención de quienes deciden las candidaturas en la cúpulas de los gobiernos en turno y los partidos políticos.

La llegada al poder de algunos de los aspirantes dependerá de varios factores: de que los votantes los reconozcan, de la lealtad a los poderosos y, en algunos casos, de su férrea oposición a ellos, sobre todo en los casos de muy malos gobiernos. En mucho menor medida, el arribo al poder de los aspirantes dependerá de un compromiso con las mejores causas sociales; no será por su proyecto de gobierno, por sus estrategias contra la inseguridad y la corrupción, por sus ideas por avanzar en contra de la pobreza, la marginación y la discriminación. Tal vez de propuestas concretas escuchemos poco o nada.

Parece claro, como casi siempre, la búsqueda del poder, es decir la política, seguirá guiada por la codicia, por la búsqueda de un estatus social, de reconocimiento, de privilegios por parte de personas y de grupos. El actual gobierno estatal es una lacerante muestra de ello, y el futuro no parece promisorio.

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