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El Barista es un oficio del siglo XX. Antes no tenía un nombre específico el profesional de la preparación de café. A partir de la masificación del consumo de café nació ese personaje que tiene la encomienda de preparar el café, sobre todo en los centros de consumo (cafeterías, restaurantes, hoteles, etc). En casa no llamamos Barista a quien hace el café, aunque tenga el alto encargo y en ocasiones el alto honor de prepararlo para los demás.

Hoy, en los círculos más especializados, el Barista puede llegar a ser un personaje con aristas de artista, de rockstar, de semi científico. Basta pasar a alguna de las barras de café más trendy y especializadas del pequeño submundo del café de especialidad para encontrarse con especímenes de toda floritura. Pronto se advierte que mi admiración no es muy profusa para tales casos, donde el individuo aspira a agotar su propia especie.

En mi opinión y praxis profesional, el Barista es Anfitrión, y si no es Anfitrión no es Barista. Al dominio de la preparación del café debe seguirle, más bien acompañarle, en simultáneo, el arte del servicio, o con mayor precisión el arte de servir, y afinando aún más la pluma, la vocación de servir.

El dominio de la técnica es nada sin la sensibilidad de servir a quien llega a la mesa aspirando o suspirando por una taza de café. Pero ojo, no basta la buena voluntad, el corazón a flor de piel, y por favor no confundir con la sensiblería. Conocimiento y vocación son como el agua y el café molido, o van juntos o no queda bien el resultado.

Jaime es Barista, porque entiende el valor de sumar conocimiento y vocación, técnica y servicio, perfil de sabor y calidez en la atención. Jaime es Barista porque cuida el café y cuida al comensal.

Persona parada junto a una ventana

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