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DE SAN BERNARDOS Y POETAS

José Iturriaga de la Fuente

Veinticinco años de mi vida tuve perros San Bernardo de pelo largo. El primero se llamaba Grifo, en alusión a la baba que el calor le producía, con el hocico como grifo de agua mal cerrado. Era extraordinariamente educado, mas no por escolaridad –que no tenía ninguna-, sino porque viajó por todo el país conmigo, a bordo de mi VW Safari. Jamás usó collar ni menos correa, pues no los necesitaba. Podía yo caminar dentro de un mercado, atestado de gente y de perros callejeros, y Grifo nunca se separaba de mí, andando tranquilamente a mi lado, aunque le ladraran con furia; su enorme tamaño hacía que ningún perro se atreviera a más. Entraba a restoranes y se echaba discretamente junto a mí, sin levantarse (era asiduo de “La Pérgola” y del “Nasdrovia” en Jalapa, por citar un par de ejemplos de distinguido nivel). Mis amigos me invitaban a sus casas sabiendo de antemano que éramos dos los asistentes, a veces mejor portado el canino que el dueño. (Recuerdo un desaguisado de mi fiel amigo, cuando se metió a la fuente de la plaza principal de la ciudad de Oaxaca, un día de mucho calor. Un policía llegó a reclamarme, diciéndome que estaba prohibido bañar perros allí; yo le dije que nadie lo estaba bañando, que se había metido él solo. Por supuesto que nos ordenó retirarnos de inmediato).

Soy amigo de Antonio Castellanos, escultor cuyo notable desempeño contrasta con su discreción, cuernavacenses adoptivos ambos, él de Santa María Ahuacatitlán y yo de Ahuatepec. Un cumpleaños de Toño, Patricia van Rhijn le hizo una fiesta en su rancho de La Marquesa y como ella es cordon bleu de Francia, podemos imaginar la comida que sirvió. Grifo y yo llegamos al convite y departimos encantados con los demás invitados, husmeando por aquí y por allá (el perro). Entre jaiboles y tequilas, de pronto se me apareció, tranquilo como era, con el gran hocico cubierto de blanca crema chantilly. Había entrado a una habitación donde Patricia guardaba el pastel del cumpleañero y no había dejado absolutamente nada. Furiosa –con justa razón-, nos corrió de la fiesta. Como la amistad ya era antigua, ese tropiezo fue pasajero y seguimos conservándola.

Grifo llegó a acampar hasta dos semanas conmigo y un grupo de amigos en Chachalacas, Veracruz, comiendo solamente la pulpa de los cocos que nos bebíamos con ginebra y los esqueletos y cabezas de las mojarras fritas que desayunábamos, comíamos y cenábamos. Tenía un pelo precioso porque su alimentación era muy variada: solo comía sobras.

Grifo, ya mayor, y una pareja que le compré, murieron envenenados con un raticida que pusieron en la casa unos expertos de la Secretaría de Salud, jurando que era inocuo para los perros. Otro San Bernardo se me perdió en una isla de la Laguna de Términos, en Campeche, durante una expedición en lancha.

Mi último San Bernardo fue Platón. Silvia hace para Navidad unas deliciosas galletas que cuelga del arbolito; así lo hizo una noche y a la mañana siguiente el pino amaneció sin una sola galleta. Silvia se restregaba los ojos con las manos, incrédula. No había esferas rotas ni tiradas, el pelo de ángel y demás adornos estaban en su lugar y el nacimientointacto. Pero ni una galleta había. Descubrimos al responsable por las migajas en el hocico, aunque debe reconocérsele el cuidado y meticulosidad con los que se las comió.

      *         *         *

No resisto la tentación de incluir dos poemas pertinentes para nuestras confesiones. En 1998 me dirigió esta carta rimada el notable amigo y dramaturgo Héctor Azar:

“Para Pepe Iturriaga, agradeciéndole su inefable libro La cultura del antojito:

Cófrade de los golosos

de antojos, tacos y especias;

démelo en excelencias 

de yantares tan sabrosos, 

que Lupita San Vicente, 

Sahagún y Novo, copiosos 

prodigaron a la gente 

presta en paladar gozoso. 

Tu libro del antojito 

-prodigioso silabario 

del guisar más exquisito-

me trasladó coyoacuario

a los tiempos infinitos 

en que el taco era el sudario 

de cueros y de machitos, 

montalayos fritangarios. 

En desventaja cordial

-nobleza obliga y ataca-

te presento la retaca

que Mariquita frugal 

preparó para chamacas 

y chamacos del erial 

secundario. Una libraca 

con tacos de tu tacal. 

Poco después, a propósito del libro de poemas culinarios sudcalifornianos de Armando Trasviña Taylor que me interesaba conseguir, mi amigo el poeta Eduardo Langagne se ofreció a interceder por mí, y así lo hizo:

A don Armando Trasviña, 

sastre del verso prolijo 

amablemente le exijo

que me mande, de su viña, 

tres poemarios. Que se ciña

al pedido que le hago 

pues quiero darle uno al mago 

que conoce la cocina: 

Pepe Iturriaga. Los tres, 

cual bocado de marqués 

los pondré en mesa vecina. 

Postdata:  

Ay, Don Armando 

le confieso que leyendo, 

siento apetito tremendo 

y ya se me está antojando.

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