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Jaime Chabaud Magnus

Declarado en su acta bautismal del siglo XVII como “blanco”, José María Morelos y Pavón fue escarnecido -una vez capturado y sometido a proceso- por sus rasgos y color de piel negroides: “En una especie de sarcasmo, la Junta Conciliar estipuló que en el remoto caso de que no se le condenara a muerte, debía ser deportado a África…[sic]”, nos cuenta el investigador Kouakou Laurent Lalekou de Costa de Marfil, en su ensayo “El laberinto de la invisibilidad de los negros en México”. Los retratos de nuestro héroe de la independencia se han blanqueado al igual que los de Vicente Guerrero, Juan Álvarez y muchos otros. La pérdida de melanina de nuestros próceres ha sido sistemática y ha logrado, por ejemplo, que todo el Estado de Morelos no sepa que también es negro; que es orgullosamente afro y que por sus venas, como por las de Emiliano Zapata, corría sangre negra. ¡Pácatelas!

​No lo digo yo, lo dice John Womack, uno de sus biógrafos más autorizados. Emiliano tenía 15 % de sangre africana en sus venas. Tanto en la Revolución del Sur como antes en la Independencia, muchos de quienes siguieron a Hidalgo y a Morelos, también erandescendientes de los africanos que fueron traídos forzadamente del otro lado del Atlántico. Womack dice que “Sólo los hijos del Morelos afro, el Morelos mestizo-mulato-moreno-pardo, pudieron hacer la Revolución del Sur, no <Liberal>, sino activa, directa y objetivamente libertador; sólo este Morelos afro pudo proyectar la fuerza de su ejército regional por una causa nacional…” Por supuesto que el Morelos indio o nativo luchó y se levantó, pero para el biógrafo los afros fueron numerosos pues no tenían nada que perder por provenir del desarraigo más violento. 

​Si el negro en la época colonial no era dueño ni de su persona y el vientre de sus mujeres sólo habría de producir un esclavo más sin importar el padre, a diferencia de las indias cuyo vientre era libre, el mestizaje estaba asegurado. Durante toda la colonia, tanto la minería como la siembra de caña de azúcar se trabajó con mano de obra negra. Un documento de mitad del siglo XVII de los haberes de la hacienda de Xochimancas, bajo administración jesuita, enunciaba entre sus posesiones (vacas, bueyes, carretas, yuntas, tierras, etc.) a 300 esclavos negros de distintas procedencias de África. Y esos negros, los de las haciendas, no se evaporaron por arte de magia. Se mezclaron como una táctica de supervivencia para asegurar que sus descendientes no fueran esclavizados como ellos. 

Con frecuencia, uno de los mitos favoritos del morelense es decir que acá no hay gente afro; que si son negros son guerrerenses. Y lo puede asegurar incluso, desde la ignorancia de sus orígenes, un afromestizo. Pararse en cualquier zócalo de nuestros pueblos y poner la mínima agudeza en la observación nos permite detectar tonos de piel, cabellos ensortijados, caderas, labios y narices anchas que nos hemos acostumbrado a mirar pero que étnicamente corresponden a lo africano. Su asimilación genética se produjo con los siglos gracias al racismo y discriminación. El negacionismo morelense de su raíz afro ha contribuido a que sus derechos también hayan sido omitidos como identidad aparte. ¡Aquí no hay negros! ¡Y tampoco políticas culturales ni sociales que les contemplen! La Secretaría de Turismo y Cultura les tiene contemplados? En absoluto.

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