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Parece una reivindicación política absurda exigir mantenernos vivas en este mundo. Y es que, las omisiones del Estado cobran vidas, y en los últimos años, la vida de las mujeres parece valer menos que nada. En México, todos los días son asesinadas 10 mujeres y niñas en razón de género, nuestro Código Penal Federal lo reconoce como feminicidio desde 2012 gracias al trabajo del movimiento feminista, alianzas estratégicas de mujeres en el Congreso Federal y el trabajo teórico de la antropóloga Marcela Lagarde quien acuñó el término y logró su tipificación en nuestro marco jurídico.

Marcela Lagarde nos dice que “el feminicidio es una ínfima parte visible de la violencia contra niñas y mujeres, sucede como culminación de una situación caracterizada por la violación reiterada y sistemática de los derechos humanos de las mujeres”.

Y quiero profundizar en la violencia sistémica a propósito de los planteamientos de la Dra. Karla Micheel Salas quien estuvo en Morelos esta semana en el marco de las acciones conmemorativas del 25 de noviembre, – día internacional para la eliminación de las violencias contra las mujeres- impulsadas por el Instituto de la Mujer para el Estado de Morelos. Karla Micheel Salas es abogada feminista litigante de los casos Campo Algodonero y Digna Ochoa, sentencias que sentaron un precedente para el actuar de las autoridades en casos de feminicidio y derechos humanos en México.

Además de exponer los principales criterios que surgen y que resultan vinculantes en estos dos casos por ser sentencias de la Corte Interamericana, Karla Micheel cuestionó la forma en que aborda el sistema de justicia la violencia contra las mujeres. “Antes de Campo Algodonero el asesinato de una mujer era algo que no resultaba tan grave”. Se me puso la piel chinita cuando informó que hasta el año 2012 había estados de la república que consideraban en su código penal “homicidio por infidelidad conyugal”, una pena atenuada en comparación con cualquier otro homicidio. Nos preguntó que cuál creíamos que era la pena mínima que se imponía en el país a este delito por infidelidad conyugal, se escucharon voces decir “5 años” “2 años” “¿1 año?”. Nos quedamos absortos al escucharle decir “3 días. 3 días en los estados de Campeche y Michoacán era la pena mínima por el asesinato de una mujer por homicidio en el marco de una infidelidad conyugal (…) con esas penas se mandaba un mensaje de impunidad”.

Lo mismo con el hostigamiento sexual, volvió a preguntarnos que cuál creíamos que era la pena a nivel federal por el delito de hostigamiento sexual cometido por servidores públicos hoy en México: “no tiene pena, es un delito que no tiene pena, tiene una multa y ni siquiera va para las víctimas”.

En esta exposición que de manera permanente nos invitó a cuestionar los paradigmas de la justicia, Karla Micheel hizo un comparativo sobre las penas y tratamiento jurídico del delito de tortura y la violencia contra las mujeres.

“La prohibición de la tortura está en el más alto rango de la jerarquía normativa a nivel internacional, su prohibición ha sido muy importante para los Estados” y es aquí donde nos invita a hacer un ejercicio realizado por la jurista Rhonda Copelon para denunciar los dobles criterios que hay en los Estados para considerar ciertas violaciones de derechos humanos como graves y otras “de baja categoría”.

“¿Cuáles son las afectaciones que tiene la tortura en una víctima? el daño físico, psicológico, hay afectación en el libre desarrollo de la personalidad con la tortura sexual, las personas que sufren tortura pueden ser asesinadas, tenemos afectaciones, ¿Cuánto tiempo dura la tortura? (…) hagamos este mismo ejercicio en el caso de la violencia contra las mujeres en el ámbito doméstico (…) si pensamos en términos del daño y en términos del tiempo ¿cuál sería la diferencia con la tortura si la gravedad se mide en función de las afectaciones?”.

La igualdad y la violencia son caras que se contraponen o como diría Karla Micheel “no podemos alcanzar el paradigma de la igualdad mientras exista violencia contra las mujeres”.

Y ustedes podrán cuestionar a la que escribe, y ¿esto que tiene que ver con el arte y la cultura que caracteriza esta columna? y yo respondo con el poema atribuido a Marwan Makhoul:

Para escribir una poesía que no sea política,
Debo escuchar a los pájaros.
Pero para escuchar a los pájaros,
Hace falta que cese el bombardeo.

O un fragmento de la canción de Vivir Quintana que se volvió un ícono para nuestro movimiento en México “Que tiemble el Estado, los cielos, las calles, que tiemblen los jueces y los judiciales, hoy a las mujeres nos quitan la calma, nos sembraron miedo, nos crecieron alas.”