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Bajo los hielos eternos

Gabriel Millán*

En el hielo hay secretos. Sus rumores no se escuchan, ni se perciben sus cantos porque no tienen voz. Pero ahí están. Secretos de otro tiempo, uno muy lejano cuando en la Tierra la nieve y el hielo reinaron. Hace 33.6 millones de años el hielo se instaló en el hemisferio Sur, modificando la vida en la región que hoy conocemos con el Antártico. En el Polo Norte, por otro lado, apenas hace 2.6 millones de años el casquete de hielo ártico alcanzó sus dimensiones actuales o, mejor dicho, las que llegó a tener antes de comenzar derretirse a una velocidad alarmante; tan alarmante que en 2040 podría desaparecer, según las proyecciones publicadas en Geophysical Research Letters, en el invierno de 2006.

A finales de la década de los 50, Gilbert Plass publicó investigaciones advirtiendo sobre el aumento en las concentraciones de dióxido de carbono y sus posibles implicaciones en el calentamiento de la Tierra y las consecuencias ecológicas. A pesar de que aún hay quienes lo niegan, el consenso internacional asegura que el cambio climático existe y que sus efectos están presentes y pueden medirse. Uno de ellos es que el hielo de los polos se está fundiendo. Miles, millones de años de imperturbabilidad se han terminado: los hielos eternos, el permafrost, se ha rendido bajo un clima cada vez más cálido. Ya en los años 80, un artículo publicado en Science advertía que el cambio climático impactaría con mayor severidad Ártico, tal como ha ocurrido. 

No es una ficción; no es El día después de mañana, La carretera ni otra película de catástrofes ambientales (la última, basada en la novela homónima de Corman McCarthy, es asaz recomendable). El derretimiento del permafrost está sucediendo ahora mismo y sus consecuencias incluyen alteraciones climáticas, aumento en los niveles del mar, cambios en las corrientes oceánicas, pérdida de biodiversidad, entre otras. No obstante, hay otra consecuencia que cada vez cobra más importancia: el resurgimiento de todo aquello que hace miles de años quedó atrapado en el hielo. Aunque no conocemos todo lo que hay debajo de esos hielos, desde que comenzaron a derretirse los polos hemos comenzado saber qué es lo que se esconde. 

El derretimiento de los polos está liberando dióxido de carbono a la atmósfera, lo que a su vez acelerará el cambio climático. Sin embargo, no sólo gases se encuentran congelados, en espera de volver a la superficie. Recientemente, en la  montaña Sandgrovskaret de Noruega, se encontraron armas de cacería de piedra usadas hace unos dos mil años; mientras que en Canadá fue descubierta una cría de mamut perfectamente conservado. Por otro lado, en Sibera encontraron, la cabeza de un lobo que hace 40 mil años recorrió la tundra, con pelo y tejidos blandos intactos. Por si esto fuera poco, en 2015 se aisló por primera vez un virus gigante en el permafrost siberiano, Mollivirus sibericum; el cuarto de su tipo descubierto durante este siglo. Para el terror de todos, en 2006, también en Siberia, hubo un brote de Anthrax porque bajo el permafrost se encontraban “esporas” de la bacteria que causa esta enfermedad, Bacillus anthracis.

Aún no sabemos qué más será descubierto bajo el hielo. Quizá, como en Transformers, lleguemos a descubrir que bajo los hielos eternos existe algo que nos susurra desde la oscuridad, esperando salir a nuestro encuentro.

 

 

*Comunicador de la ciencia

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