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Mujeres Buscadoras

 

Lo último que esperas cuando asistes a una conferencia organizada por la Asociación de Estudiantes Mexicanos en la Universidad de Harvard (HUMAS) es encontrarte con un nudo en la garganta y limpiándote las lágrimas con la manga de tu suéter. Sin embargo, eso fue exactamente lo que me sucedió hace un par de días, cuando cuatro valientes activistas de derechos humanos compartieron sus estremecedores testimonios en la Conferencia México 2024.

En la vida, todos buscamos algo: éxito, salud, al amor de tu vida, dinero, un título universitario, y muchos otros estamos en la búsqueda perpetua por encontrar nuestro “high diario”, eso que nos apasiona y que nos hace salir de la cama por las mañanas. Pero desde mi privilegio mundano y vano, mi lista no incluye la angustiante búsqueda de un ser querido que un día desapareció como por arte de magia. Ya sea un hijo, un esposo, una madre, un padre; hombres y mujeres que, día tras día, parecen haberse esfumado sin dejar rastro alguno, dejando a su paso familias destrozadas, corazones rotos y cientos de preguntas sin respuesta.

Eran cuatro las “mujeres buscadoras” que dieron sus testimonios durante la Conferencia en Harvard. Todas y cada una de sus historias son desgarradoras, dolorosas y sobre todo alarmantes, porque dejan expuesta la cruda realidad de lo que aqueja a México, donde la corrupción y la impunidad son sistémicas, llegando incluso al punto en que el presidente manifiesta abiertamente que él está por encima de la ley.

La primera mujer en hablar tuvo que hacer una pausa, pues las lágrimas inundaron sus ojos y la voz se le quebró al iniciar su testimonio. En la sala, un silencio sepulcral se apoderó del ambiente, mientras su dolor y vulnerabilidad nos tocaban el corazón. Intenté contener las lágrimas, pero fue imposible porque pensé en mi propia madre y en cómo reaccionaría si estuviera en esa misma situación, si fuera yo la que llevara más de una década desaparecida.

Cuando finalmente pudo continuar, nos contó la historia de su hijo desaparecido, uno de los más de 100,000 desaparecidos en México, según El Comité contra la Desaparición Forzada (CED por sus siglas en ingles).

Mientras la mujer de unos 70 años se enjugaba las lágrimas nos confesaba que le fastidia llorar en público, no tanto por el acto en sí, sino por el temor a ser percibida como una “madre llorona”, una figura débil, en lugar de la valiente activista de derechos humanos que realmente es. Su lucha diaria va más allá de la búsqueda de su hijo, a quien su instinto de madre le dice que sigue vivo; también implica buscar cuerpos sin vida, a través de su incansable labor con la Unión de Madres Buscadoras.

Para estas mujeres buscadoras, la fe en sus corazones es inquebrantable. Se aferran a la esperanza y luchan incansablemente por encontrar a sus seres queridos, sin importar los peligros que enfrenten al indagar en reclusorios, excavar en terrenos inhóspitos y desafiar sistemas judiciales corruptos. Además, de sufrir constantes amenazas por parte del crimen organizado que buscan silenciar su búsqueda e impedir que encuentren cuerpos de personas asesinadas. Pero cada persona desaparecida merece ser encontrada, y cada familia merece la verdad y la justicia a la que todos beberíamos de tener derecho.

Sus lágrimas arrastran el dolor más profundo, ese que nadie debería experimentar nunca, el dolor indescriptible de perder a un hijo. Nos cuenta que siente que la vida las arrojó al ruedo sin darles siquiera un capote. Se han convertido en expertas en ciencias forenses, en la búsqueda de cuerpos enterrados en fosas clandestinas, en el entrenamiento de perros rastreadores y, sobre todo, en brindarse apoyo psicológico mutuo. Todo esto lo han logrado con sus propios medios, pues las autoridades solo prometen y prometen, pero nadie actúa. Siguen luchando solas. Y posiblemente, si no hay un cambio de gobierno en las próximas elecciones, seguirán luchando más y más, porque las cifras de desaparecidos han estado en aumento en el último sexenio.

Sus lágrimas no revelan debilidad, sino el profundo dolor de que le ha arrebatado a un ser querido, sin que se haya hecho justicia. Es como si le arrancaran el corazón y le dejaran el pecho expuesto en carne viva, con una herida perenne que parecer no cicatrizar nunca.

Esa madre llora porque el dolor acumulado durante años no pide permiso para aflorar, la herida sigue sangrando, y duele, duele sin importar si estás en casa, esperando el autobús o dando una conferencia en Harvard.

Ellas buscan a sus seres queridos con la misma intensidad con la que tú y yo buscaríamos a nuestra madre, a una hermana o a un hijo. Son mujeres valientes que no van a detenerse, incluso cuando el gobierno insista en afirmar que tienen “otros datos”.

No están buscando culpables, sino justicia, y no descansarán hasta encontrarla. Porque cuando amas a alguien, el amor impulsa la búsqueda y ellas los buscan porque los aman.

Foto: Cortesía de la autora