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Dicen los sabios que cuando se toma una decisión, lo que realmente se elige es el problema con el que se puede vivir. Cuando Cuauhtémoc Blanco decidió no solicitar licencia al gobierno de Morelos para ejercer sin señalamientos jurídicos como candidato a diputado federal plurinominal, el mandatario eligió extender por seis meses la crisis política y de ejercicio gubernamental que vive Morelos a cambio de no permitir que el Congreso local hiciera uso de una de sus facultades constitucionales más relevantes, la de nombrar al gobernador sustituto en caso de la ausencia por más de 60 días del titular del cargo.

En efecto, el gobernador de Morelos prefirió prolongar su enfrentamiento con el Legislativo y la mayoría de los actores políticos relevantes en el estado y alargar la espera de la ciudadanía morelense por soluciones efectivas a los problemas de seguridad, desarrollo económico y social, combate a la pobreza y a la corrupción que han sido características de la administración actual, a cambio de no dar a los diputados de oposición a su proyecto la oportunidad de reconfigurar el rumbo del estado, por lo menos durante los próximos seis meses.

Y mientras señala la supuesta mezquindad de algunos diputados, a quienes evita mencionar por nombres, el gobernador comete una mucho mayor, extender un periodo gubernamental de enconos entre los grupos de poder, que ha anulado definitivamente cualquier posibilidad de mejorar en los rubros que más duelen a los morelenses. El tiempo perdido en el Ejecutivo estatal se extenderá por lo menos otros seis meses no mediante una tregua de gobernador con sus adversarios políticos, sino con un reto adicional al Congreso, a la oposición política, y a sus críticos que representan a más del setenta por ciento de los morelenses que reprueban a su mandatario.

En sus ya casi nueve años como político en Morelos, porque dedicado a la práctica lo es aunque él mismo lo niegue cada vez que se le pregunta, Cuauhtémoc Blanco no aprendió la importancia de la negociación como arte política; no entendió que el Poder debe ser generoso, tampoco supo del valor del diálogo y mucho menos de la construcción de acuerdos. Y aunque es cierto que en las canchas que lo enfrentaron tampoco hubo grandes aportes, uno espera que la gente aprenda con el tiempo las habilidades necesarias para el empleo que tiene. No fue así en este caso, Blanco llegó peleando, ejerció con enconos y se queda en el cargo enfrentado con miles, aún con el privilegio de retirarse previamente con un futuro más o menos asegurado.

El que el mandatario no haya seleccionado la comodidad de ser candidato, hacer campaña en su ciudad nativa, liberarse de presiones locales, hace sospechar que detrás de la decisión hay otros intereses que poco tienen que ver con evitar una crisis política que existe desde hace por lo menos un lustro en Morelos y que el gobernador ha alimentado. Probablemente, puede pensarse, es cierto aquello de la necesidad de fuero.