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Ayer se fue uno de los más fervientes creyentes de Morelos. A lo largo de su vida, el artista y humanista Adalberto Ríos Szalay debe haber dado la vuelta al globo varias veces, lo buscaban por sus dotes de hombre del renacimiento en el que ningún saber humano le era ajeno y siempre regresó a la tierra que lo vio nacer a trabajar por su comunidad.

Cualquiera de sus amigos podrá atestiguar que era un sabio paciente de conversación y anécdotas cautivantes e interminables, cuya visión y postura social y política siempre tuvieron en el centro a la gente; era un humanista en el más amplio sentido de la palabra.

De su amor por el conocimiento solo era igualado por su sensibilidad para los problemas de sus semejantes y su compromiso irrevocable e incondicional con su amado Morelos.

Gran observador de la realidad, de la naturaleza y del espíritu humano, no es de extrañar que se haya logrado plasmar en sus fotografías postulados de perfección técnica y de testimonio social, con el don de capturar un hecho en el que él insistía recurrentemente: que somos producto de nuestro pasado y de las generaciones que nos antecedieron, que en nosotros atesoramos las glorias de un pasado admirable y aun latente.

Quien no haya tenido la oportunidad de platicar con Adalberto Ríos Szalay lo podrá conocer gracias a su dilatada producción como autor y fotógrafo; también deja grabado su legado en generaciones de estudiantes, tanto de Morelos como de otros lugares de México y de otros países, en los que aplicó su pasión por la docencia, pues un sabio solo lo es a medias si no trasmite lo que conoce.

Otro de sus largos y profundos amores fue por la educación y su casa por antonomasia que es la Universidad, de la que prácticamente nunca se separó.

El conocimiento de que nuestro estado y su gente están destinados a un mejor futuro iba más allá de cualquier duda o situación coyuntural. El amor por Morelos de Adalberto Ríos Szalay era una realidad permanente como la certeza de que a la noche le sigue el día y, así, cualquiera que lo escuchara en el extranjero o en otra región de México, quedaba convencido de que nuestro estado no solo era digno de visitar, sino que también sus habitantes eran dignos de envidia.

Ese amor por Morelos nunca decayó como tampoco el optimismo de Adalberto en un mejor futuro para su tierra y para sus vecinos, futuro que, por cierto, nunca esperó con los brazos cruzados sino que trabajó incansablemente para conseguirlo y su generosidad la demostró contantemente.

Adalberto Ríos Szalay, un amante del conocimiento y de las particularidades que nos hacen únicos, una persona ejemplar pero, sobre todo, un mexicano convencido de su nación y un muy orgulloso morelense. Hay mucho que aprender de él.