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Hace justo una semana se esparció por todo el estado una noticia que le rompió el corazón a muchos morelenses: dos niños de nueve años fueron hallados sin vida en el fondo de una barranca en Yecapixtla.

El pasado 7 de marzo, los gemelos Vianey y Gabino salieron de su casa para ir a la escuela, pero nunca llegaron, los profesores dieron la voz de alerta, se reportaron como desaparecidos y el mismo día fueron localizados sus cuerpos. Se informó que la Fiscalía General del Estado iniciaría las investigaciones.

El caso trascendió el estado en donde ya no es extraño que entre las víctimas de cualquier delito haya niños.

Hace un par de días, los familiares, amigos y vecinos realizaron una marcha para exigir que, ahora sí, haya una investigación y se garantice una justicia expedita, el padre de Vianey y de Gabino pidió el auxilio del país entero, cada vez más insensible hacia tragedias de esta magnitud: “hoy exigimos a las autoridades de todo México que se haga justicia, no se vale que estén matando a niños inocentes de nueve años”, y tiene razón.

Si “no se vale” que maten a ningún inocente, cuando la víctima es un menor de edad la indignación de todos se hace presente y a las autoridades y a los encargados de las investigaciones les debería venir a la mente la imagen de sus propios hijos para empeñarse en realizar una investigación profesional que detenga a los culpables, pues podrían ser los victimarios de otros niños.

Pero no ocurre así. Habituados como estamos a una impunidad casi total y a la falta de resultados también casi permanente de la FGE, lo más probable es que el expediente de los asesinatos de estos menores acumule polvo en alguna bandeja mientras que nuestra confianza en las llamadas “autoridades” se erosiona cada vez más.

En estos casos no aplican los atajos de que “ellos se lo buscaron”, “fue una riña entre bandas criminales” o “andaban en malos pasos”, son crímenes indignantes que lesionan el centro de la comunidad morelense.

La niña Vianey con seguridad será un nuevo nombre que se sume al tejido de feminicidios que las colectivas bordan infatigablemente, su hermanito Gabino será parte de las estadísticas y una familia más se ha destrozado. Mientras tanto, Morelos y todos sus habitantes tenemos una nueva cicatriz en el corazón y una razón más para desconfiar de nuestros vecinos, de nuestras calles y, desde luego, de nuestra policía y fiscales.