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Esta mañana, el Congreso de Morelos recibirá el último informe del gobernador, Cuauhtémoc Blanco, en que se reporta el estado que guarda la administración pública de Morelos después de sesenta y cuatro meses y medio de que inició su gestión. El documento incluye documentos estadísticos y un reporte narrativo de las tareas que se suponen cumplidas en los últimos doce meses, y seguramente, al ser su reporte final, ofrecerá un resumen de los avances de toda su administración.

Los gobiernos, sin embargo, suelen reportar indicadores de bajo impacto y que ofrecen apenas una visión de la realidad. La verificación de los datos públicos sobre seguridad, economía, salud, educación, medio ambiente y otros sectores, pintan el Morelos de todos los días, más allá de la óptica del gobernante que suele ser obstaculizada por lo que popularmente se llama “ceguera de gabinete”, que no permite ver la realidad ciudadana.

La gran mayoría de los indicadores en Morelos apuntan a retrocesos importantes en prácticamente todas las tareas que corresponden directa o indirectamente al Poder Ejecutivo. Las noticias sobre la crisis de seguridad, reportes de muertes, ataques armados, extorsiones, feminicidios, y otros delitos dolosos, han ocupado por seis años el centro de la discusión pública. Pero el resto de las tareas gubernamentales tampoco se han cumplido por más urgentes que resultan.

En los últimos seis años, los morelenses han visto disminuir su ingreso, patrimonio, oportunidades de estudio y trabajo, calidad de vida, confianza en las instituciones, áreas verdes y boscosas, poder adquisitivo, acceso a la salud y hasta la esperanza de vida. La gestión gubernamental es en gran medida responsable de eso.

La baja calidad del servicio público en Morelos es prácticamente generalizada y así lo demuestran los datos. A la luz de los datos, el fracaso en la estrategia de seguridad es apenas una parte de un mosaico de naufragios o de plan ausencias de políticas públicas locales que permitan enfrentar una realidad que, además fue especialmente retadora.

Cuando en 2018 los morelenses eligieron gobernador a Cuauhtémoc Blanco lo hicieron con buena fe y esperanza. La grave crisis de la política local hizo que en aquel momento no se percibiera otro candidato viable para mejorar el gobierno en un estado enojado, y con razón, con sus gobiernos y la clase política. No fue, pese a lo que muchos consideraron, un chiste. Tal vez por eso la decepción sea tan grande. Quien prometió salvarlos ha quedado a deber mucho.

Quedan siete y medio meses en los que habrá de intentar componer el rumbo, si es que aún escucha a quienes lo llevaron al gobierno del estado.