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La del silencio es la peor respuesta que el Estado da a los cientos de miles de mujeres que exigen justicia en Morelos, asolado por la violencia feminicida y las sistemáticas agresiones de que ellas son víctimas.

Desde la pasada década las mujeres decidieron romper el silencio y manifestarse con esa “digna rabia” que dibujó calles y monumentos, con el coraje intenso que llama a la paz, respeto, igualdad, justicia. Fue entonces que las causas de las mujeres por fin se visibilizaron todas al mismo tiempo. La enorme deuda del país, de los estados, las ciudades y los pueblos con las mujeres por primera vez pudo enlistar cada una de las demandas y una por una las afrentas sufridas por siglos de injusticias sistémicas. Gran parte de la sociedad lo escuchó, pero quizá no quienes más deberían haberlo hecho.

Las instituciones del Estado han respondido a cada reclamo con silencios que se vuelven más insultantes después de las movilizaciones, reclamos, manifiestos, desplegados, cartas, mesas de diálogo. A cada avance del feminismo ha respondido una violencia mayor y una mudez más prolongada de los gobiernos, los cuerpos de seguridad, las fiscalías y los tribunales. Así, la incapacidad del Estado para garantizar la paz se vuelve mucho más notoria pues se acompaña de mayor violencia en todas sus formas.

La movilización para exigir justicia y recordar a María Fernanda Rejón Molina, Mafer, no debería tener el mismo destino. Con razón las mujeres de Morelos confiesan el riesgo de ser vencidas por la desesperanza, “exigir justicia se siente tan insuficiente”, dicen las activistas en su manifiesto y la respuesta del Estado sigue siendo el silencio que permite crecer a la violencia y que el miedo se convierta en ira.

El feminicidio de Mafer tendría que convertirse en un parteaguas para la construcción de la paz con enfoque de género en Morelos. Artista, activista, joven, su vida marcó a miles de personas en el estado. Los cuerpos de seguridad, las fiscalías, la clase política, el gobierno, han dejado a la comunidad artística y a las feministas llorando solas a su muerta, como han hecho con los cientos de víctimas más de feminicidios, con los miles asesinados.

El silencio ofende mucho más cuando se vuelve la respuesta al más justo y elemental reclamo: “paz y justicia para todas”. No responderlo es una afrenta mayor del Estado. Si la siempreviva que es la agenda feminista les estorba no debieron meterse a la política, no debieran estar en el gobierno.

Las manifestaciones no deberían estar movidas por la rabia, para ello, los políticos no deberían seguirla provocando.